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makumba

código durmiente

código durmiente

La mitad de nada y ellos ahí, en el infinito equilibrio, dios y el diablo de ronda buscando su presa justo cuando el hechizo se está por romper, lo usual: una charla para calmar la ansiedad mientras por el otro lado un silencio lleno de amenazas se percibe en la frecuencia de la mente

A veces era increíble la fuerza del video, el auto (la máquina guiada por la sabíduria limpia) te llevaba cometer esos errores que la conciencia cada vez con más frecuencia te hacía notar. Entonces te dabas cuenta que el código estaba en ruinas, que la esencia assimov era un viaje de ida.

Cada vez le resultaba más atractivo cuidarlos, aunque a veces se sentía desarmado por los vaivenes d sus poderosos estados de animo, había encontrado un equilibrio en las variaciones de su voz, a esta altura sabía q podía espantarlos con sólo un susurro o tener el pensamiento más agresivo y que a ellos les resbale por completo.
Además había encontrado la forma de neutralizarse, poner s mente en una suerte de flat line cerrada a cualquier estimulo con el cual no quisiera interactuar.

Había hecho una especie de campo de fuerza, el odio de los durmientes lo tocaba pero ya casi no lo percibía, se había acostumbrado a ese termino: agente, el que cuida el portal, el que se ensucia con el dinero; pero no había reproche en él, intentaba transitar su vida sin pedir nada y además el también era durmiente en otros portales, sólo que la responsabilidad de cuidar a veces se les escapaba de las manos, sobre todo porque ellos la mayor parte del tiempo eran orgullosos y cuando los entraban a buscar no tenían el valor de rechazar el vinculo.

Y otras tantas se sentía como el niñero de unas parkas es un su hora de descanso. El perfecto ignorante que transita entre asesinos oníricos. A veces se preguntaba como es que todavía fluía y la respuesta más común que se le ocurría era de la eterno equilibrio entre el bien y el mal. Cuando charlaban entre ellos o se encontraban de manera fortuita le parecía percibir esa patina de mascara para maquillar la verdad, claro está que dejaba pasar todo sin siquiera cuestionarlo. La frase: “no oigo, no veo, no hablo” se había transformado en una especie de escudo mental. La posibilidad de entender todo lo que percibía sin cuestionamiento alguno se había convertido en una utopia, sólo sabía que estaba en el baile y había que bailar, y que además nada lo alejaría de su puesto, era un trabajo excelente para que fluyera su creatividad.

Y el terror lo invadió cuando vio en sus ojos que era un careta que aparentaba tener vos, sólo se trataba de respuestas programadas a estímulos y se horrorizó y entendió que se tenía que ir, que no merecía ese premio.

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